Vivimos influenciados por el permanente juicio que hacemos hacia todo lo que nos rodea. Es algo muy común, a la par que perturbador, (aunque también es un acto normalmente de nivel inconsciente), hacer prejuicios sobre cualquier persona antes de conocerla.
Quién no haya juzgado a alguien a primera vista, que tire la primera piedra. El prejuicio no tiene por qué ser únicamente negativo, sino también positivo. Igual que podemos juzgar mal a una persona al conocerla, podemos también de forma repentina valorarla, admirarla o sentirnos atraídos irremediablemente por ella, sin saber por qué.
Y después de los primeros juicios de valor, ya sean negativos o positivos, acto seguido viene toda la fábula e idealización que hacemos sobre esa persona, armando y estructurando toda una historia que nos creemos y que empezamos a darle mayor credibilidad al compartirlo luego con amigos y conocidos, criticando o alabando todo lo que vemos o percibimos del susodicho, mientras vamos alimentando cada vez más certeza y convicción acerca de aquello, que se ha iniciado con un juicio inicial y que ha acabo convertiéndose en toda una vida juzgada. ¿De terror, verdad? Pero real como la vida misma.
Espejito, espejo mágico, dime ¿quién soy?
La madrastra del cuento de Blancanieves alimentaba su envidia hacia ella al verse reflejada en su espejo mágico. Este cuento nos habla, entre otras cosas, de cómo proyectamos en el espejo de la vida tanto lo que queremos, como lo que no queremos ver de nosotros mismos.
Tenemos, por desgracia, el insano hábito de hablar de los demás, etiquetando, diferenciando, comparando, criticando y sintiéndonos separados del resto. Sintiéndonos superiores o inferiores. E igualmente, según cómo hablemos de los demás, nos ayuda a sentirnos peor o mejor con nosotros mismos. Y es que siempre será mucho más fácil fijarse en los defectos y virtudes de los otros que en los propios.
Energéticamente hablando, el campo cuántico lee la vibración enviada por nuestro cerebro, y éste se encarga de reflejar las creencias acerca de alguien que nos hemos formado, constatando y reafirmando una y otra vez, y que así se convierta en una verdad absoluta para aquel que observa.
Cuando vivimos juzgando las apariencias, proyectando y atribuyendo toda una serie de facetas a las personas que nos rodean, creamos mecanismos defensivos del ego y reaccionamos a modo reflejo, los gestos, actitudes o hechos de los demás. De esta manera nos alineamos y creamos una falsa realidad en la que nos sentimos separados del resto.
«Lo que admiramos en otros, está dentro de nosotros, y lo que rechazamos, también».
¿Te has preguntado alguna vez por qué te pone de tan mal humor el gesto de cierta persona, o por qué ese mismo gesto, puede llegar a causarte admiración si procede de otra persona diferente? Pues la respuesta (aunque simple, a nuestro ego le cuesta entenderla) es que todo a nuestro alrededor representa un espejo que se limita a reflejar nuestro interior y son las personas de nuestro entorno, quiénes más se encargan de mostrárnoslo.
De esta manera, aquello que rechazamos de otras personas, lo rechazamos en nosotros mismos, y aquello que nos encanta de otra persona, lo poseemos y es una corroboración de nuestro interior también. Es el trasfondo que hemos ido tejiendo acerca de la personalidad de esa persona, con los prejuicios como base, los que hacen de espejo perfecto de nuestra propia realidad. Y darnos cuenta de esto es como quitar el velo de la ilusión que distorsiona nuestra verdad, ese mismo a la que han hecho referencia desde siempre tantos místicos.
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Las neuronas espejo y la importancia de la empatía
En nuestro cerebro existen unas células, llamadas neuronas espejo, que provocan que repitamos o copiemos lo que vemos, es decir, eso de que aprendemos por imitación, es cierto. Repetimos las conductas, actitudes y acciones que nos reflejan otras personas, siendo las responsables de esto, las neuronas espejo. Estas células son estudiadas dentro del campo de la neuropsicología y, desde su descubrimiento de forma casual en los años noventa por unos investigadores italianos, ha causado una pequeña revolución porque explican científicamente cuestiones psicológicas y emocionales, tales como la empatía.
La empatía es la capacidad para conectar con el estado emocional de otra persona. Si empatizamos con los demás, podemos sentir su dolor o su alegría como si fuera nuestro. Sin embargo, cuando no somos capaces de desarrollar la empatía con los demás, indica que la hemos bloqueado con creencias, prejuicios y pensamientos, inhibiendo así la función de las neuronas espejo. Se podría decir que nos volvemos demasiado racionales y sentimos más bien poco, lo que causa un desequilibrio importante. Es el juicio el que predominará en nuestras relaciones, en vez de la empatía, por lo que tenderemos a hacer críticas de manera sistemática de todo lo que nos rodea.
Sin experimentar la empatía no somos capaces de sentir que estamos conectados con los demás, ni de entender que la vida es un espejo, que refleja en el exterior lo que hay en el interior, y viceversa. Vivimos en un mundo en el que es una “ilusión” el pensar que estamos separados del resto, sin embargo, es lo que nos creemos, y nutrimos esta creencia separándonos a través de la crítica y el rechazo, sin entender que la vida nos refleja lo que somos y también que atraemos aquello que somos.
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Por eso, si conocemos a alguien que inmediatamente nos atrae y, por ejemplo, estamos pasando una etapa triste o deprimida, e iniciamos una relación de pareja con ella, ten claro que esta persona será también una persona que está triste y deprimida. Y tras el enamoramiento inicial, empezarán a reflejarse mutuamente la desdicha que se aloja en su interior.
Y se culparán mutuamente de su infelicidad, encontrando un responsable externo de la misma. Lo mismo ocurrirá si, por ejemplo, se encuentran dos personas que han logrado encontrar la paz en sus corazones, su amor reflejará una relación de pareja estable y feliz.
Cuando conseguimos dejar de engañarnos y darnos cuenta de que la vida es un espejo, asumiendo esta conciencia de que jamás hay culpables, ni víctimas, ni verdugos, ni héroes, entonces nos hacemos responsables de nosotros mismos y empezamos a mirar hacia nuestro interior, en vez de seguir buscando fuera la felicidad, empezamos a ser realmente dueños de nuestro destino. Sin embargo, mientras sigamos proyectando hacia el exterior, seguiremos atrayendo a nuestra vida a todas aquellas personas y circunstancias que sigan reflejando lo que somos para aprender esta lección de vida.
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