Solemos mantener ideas, creencias y pensamientos que nos someten de manera inconsciente. Se van acomodando poco a poco en nuestra psique como miedos que inhiben nuestra felicidad. Por ejemplo, concebimos un ideal nefasto y pertubador hacia la muerte que nos creemos a pies juntillas y que representa una amenaza literal para nuestra propia existencia. Y es cierto que lo es, al fin y al cabo, la muerte indica el final de la vida. Por esto quizás nos cuesta verla con buenos ojos y desconfiamos de ella.
A pesar de que sabemos perfectamente y no es ningún secreto que todos moriremos algún día, intentamos evitar y huir a toda costa de esta certeza. ¿Por qué? Porque asociamos a la muerte como un problema, que trae dolor y sufrimiento y la sola idea de dejar de existir en algún momento, simplemente nos supera.
Sin embargo meditar, reflexionar o pensar a menudo en la muerte es una forma para poder situarnos internamente en un estado de conciencia más alerta, porque nos hace entender más profundamente lo que es de verdad valioso, de soltar más fácilmente todo aquello que no es importante y de atender las auténticas necesidades vitales. La muerte entendida de esta manera cobra un sentido totalmente revelador en nuestra psique, abriendo una puerta que nos lleva hacia una verdadera felicidad.
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Paradoja: La muerte nos da la vida
La sociedad en la que vivimos se ha puesto una especie de burbuja de protección, alimentando la creencia de que en la vida no puede haber lugar para la muerte, porque es algo que asusta, paraliza y no nos gusta. Sin darnos cuenta, nos hemos hecho ajenos a todos los recursos psicológicos y sociales que hacen falta a la hora de hacerle frente a la muerte cuando esta nos encara de repente.
Y ella se indigna al ver que representa para nosotros a una absoluta desconocida que no toleramos, en vez de percibirla como lo que realmente es: una vieja conocida que es inherente a la propia experiencia de estar vivos. Sin embargo, nos perturba demasiado pensar en el hecho de que no hayamos logrado conseguir lo que deseamos o que se nos acabe el tiempo para hacerlo con su llegada.
Sin embargo, precisamente el hecho de que no tengamos más presente a la muerte como una parte más de nuestra propia vida, está generando una sociedad que está deprimida, aterrorizada y sometida por la angustia que representa la experiencia social y moral del dolor y el duelo que se vive con la muerte. Hacer más presente en nuestro día a día la idea de que llega un momento en el que la muerte hace acto de presencia, que esta vida se acaba y sin más moriremos, nos hará personas más felices porque paradójicamente nos permitirá valorar más plenamente la vida misma.
Pensar sobre la muerte es un tema común y recurrente en ramas como la filosofía occidental. Muchos filósofos, desde Sócrates hasta los contemporáneos, han exprimido hasta la saciedad el pensamiento de que morir representa el final de la existencia conocida y hay que vivir con ello, y sobre todo de la importancia que tiene aprender a morir, de ser más conscientes de la muerte. Sin embargo, estas ideas filosóficas no se fomentan dentro de la cultura popular y se pasan por alto, y ni siquiera se incluye a nivel educativo en las escuelas.
El reino de la felicidad
Bután es considerado como uno de los países más felices del mundo, siendo conocido de forma popular con el sobrenombre del “reino de la felicidad”. Se cree que el motivo principal de que esto sea así, es porque no le tienen miedo a la muerte y es un tema recurrente dentro de sus costumbres y ritos cotidianos. Tienen tan presente a la muerte en su día a día que, algo tan común en nuestra sociedad occidental como la depresión o la angustia interna, están prácticamente erradicados en este pintoresco lugar del Himalaya.
La creencia de sus habitantes en que la reencarnación existe, es otra posible explicación. Bután está imbuido por la tradición budista. Ellos tienen totalmente integrado la creencia de que la muerte no representa un final, ni mucho menos, sino el principio de otra vida, es tan sólo un cambio de “estado”. Esta idea es algo tan común y tan desinteresada como mudarse de ropa cada día. Es inevitable que la idea de la muerte entonces cobre otro sentido, más liviana de llevar y sobre todo, menos opresora.
Dicen que visitar este país nos hace más conscientes de que no hemos de temerle a la muerte y que ella no es ninguna enemiga, sino una aliada. Excluirla no nos hará inmortales, sino todo lo contrario, seremos más desgraciados de por vida. Porque cuando le damos el lugar que le corresponde en nuestras vidas, cobra una dimensión diferente y hace que veamos las cosas desde otra perspectiva y punto de vista distinto.
Es entonces cuando parece evidente que el antídoto infalible contra el sufrimiento de vivir, es tener más conciencia sobre la propia muerte (o, en su defecto, de todo aquello que represente un miedo para nosotros).
Tener presente a la muerte no significa que deseemos acabar con la vida
Pensar en la muerte no es algo depresivo, todo lo contrario, acoge una vez más la teoría de que los opuestos se atraen, son complementarios e igual de necesarios. La muerte y la vida son dos caras de una misma moneda. Si excluimos una de ellas, ambas partes se neutralizan.
Y es que todo parece que en este mundo dual se rige por esta máxima. Cuando seamos capaces de mantener una relación ritual más tolerante con la muerte, repercutirá en beneficio nuestro, celebrando más la propia vida, prodigando una mayor y más profunda felicidad.
Pensar en la muerte no significa que alberguemos deseos de morirnos o de acabar con la vida. En absoluto. Simplemente es mantener presente su simbolismo, lo que representa y hacer acopio de las muchas lecciones vitales que nos revela. Es darle un lugar dentro de nuestros rituales cotidianos.
Es no darle la espalda sugestionados por las supersticiones y falsas creencias de que por hacerle caso, puede que nos aceche. La muerte simplemente ES y se expresa, así como la vida también lo hace. Negarla sería una contradicción, que en nuestra psique se traduce en una angustia o crisis existencial perpetúa.