La traición puede que sea una de las heridas más dolorosas que nos infligen los demás en nuestras relaciones. Casi detrás de toda decepción amorosa o afectiva en general, se esconde la figura terrible de la traición.
Y es que alguien no nos puede traicionar si primero no le hemos dado nuestra confianza. La confianza implica que esperamos lo mejor de esa persona y que todos sus actos serán buenos para nosotros y para con nosotros, porque esa persona nos quiere y nos protege como nosotros a ella.
Nos puede traicionar un amigo, un amante, un esposo y hasta un hijo o un padre. Pero también nos puede traicionar un socio, un subalterno, un jefe o un compañero de trabajo. Podemos sentirnos traicionados por la vida, porque una traición no es más que un giro negativo e inesperado en nuestras expectativas.
Hay distintos tipos y tamaños de traición
La traición clásica y más popular es la traición de la pareja monógama que resulta que no lo es. El tiene a otra. O a otro. Ella tiene a otro o a otra. Esta traición es tan clásica que casi todos la hemos experimentado en uno u otro nivel. Y es que lo malo de sentirse traicionado es que dudamos de nuestras percepciones, nuestros recuerdos y hasta de nuestra lucidez. A nadie le gusta sentirse engañado.
Podemos sentirnos traicionados sin ni siquiera haber estado en una relación con una persona “que creíamos” nos correspondía amorosamente. Esto le pasa mucho a los adolescentes. Que se sienten “traicionados” cuando el objeto de sus fantasías invita a salir a su mejor amiga. Se sienten traicionados por la amiga y por el que les gustaba. Y así empiezan millones de matices de lo que podemos considerar una traición. Descubriste que esa persona que te decía que solamente había sentido amor y ternura por ti te engañaba con alguien más.
Descubriste que tu compañero de trabajo se dedicaba a hablarle mal de ti a tus jefes mientras tú lo considerabas leal y lo apoyabas y halagabas con tus compañeros. Eres un niño y a la hora de escoger los equipos de fútbol, ese niño que creías que era tu amigo escoge a otro.
A veces, hay traiciones fatales. La traición más celebre de todas es la de Judas con Cristo, cuando después de besarlo en la mejilla lo entregó a los romanos. O la de Bruto, que por ambiciones políticas le clavó literalmente un puñal a Julio César.
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Pero entonces ¿Se puede volver a confiar en quien te traicionó?
Poder se puede. Es más, aunque nos gustaría pensar otra cosa de nosotros mismos , lo cierto es que si alguien nos traiciona, según queramos a esa persona (mucho, poco o nada) tenderemos a querer perdonarlo y justificarlo. Porque lo malo de la traición es que cuando descubrimos que no somos lo más importante, ni lo único del mundo para la persona que amamos, seguidamente descubrimos que “el castigo” de abandonarla es un castigo también para nosotros mismos.
Si descubrimos que nuestra pareja tiene un amorío con otra persona, el mundo se nos cae encima. Todos nuestros sueños, expectativas, creencias sobre esa persona se desmoronan. El dolor es agudo y penetrante. Puede que si nuestra pareja viene de inmediato a suplicarnos que le perdonemos nuestra rabia y nuestro ego herido, podrían hacernos reaccionar con disgusto y querer alejarnos.
Pero podríamos no saber que estamos ante la puerta de una traición mayor aún y que esa persona, aparte de sernos infiel físicamente, resulta que también aprovecha la ocasión para comunicarnos, que se ha enamorado de la otra persona y que nos abandona, precisamente porque está cansada de tener que traicionarnos.
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Entonces, rogaremos porque esa persona nos suplique que volvamos a confiar. Y si esto fuera así , lo más probable es que lo intentaríamos. Trataríamos de buscar las razones para confiar de nuevo. Pero también es probable, que esa herida que su traición nos ocasionó no se cure fácilmente y requiera tiempo, paciencia y mucha sinceridad por parte de ambos, para que la relación se cure.
Siempre podremos volver a confiar en quien nos traicionó, si después de una reflexión profunda y de asumir también nuestra propia responsabilidad en lo que esperamos de los demás, entendemos que si bien hay traiciones que son evidentes e imperdonables (como la de Judas con Cristo) también hay otras que son producto de la debilidad del otro y también de nuestra intransigencia y nuestra incapacidad para entender, que muchas veces, la gente nos traiciona por debilidad, cobardía o simpleza y también es nuestra responsabilidad poner grandes esperanzas o expectativas sobre gente cuyo espíritu sencillamente no coincide con el nuestro.
La pregunta no es si podemos volver a confiar, porque podemos, la pregunta es si merece la pena hacerlo y si no estamos insistiendo en algo que en realidad no cubre todas nuestras expectativas.