Muchas personas se preguntan si el corazón puede llegar a doler. Y no, no nos referimos a cuando se produce una angina de pecho que puede acabar en un infarto, sino a ese otro tipo de dolor, uno que va más allá del dolor físico, pero que es tan real como nuestra propia existencia.
Un corazón no puede dejar de latir físicamente pero a veces ese corazón deja de hacerlo de forma simbólica, porque necesita dejar de sufrir el dolor que siente. Las metáforas de cuando usamos expresiones del tipo: «es que se me parte el corazón» o «lo tengo roto en mil pedazos», se refieren más a una verdad palpable que a un mero formalismo de describir una sensación.
Protagonista absoluto de tantos sonetos y canciones por su gran evocación poética, no olvidemos que el corazón es el principal órgano del cuerpo y cuando padecemos de problemas cardiovasculares siempre es un riesgo para nuestra vida. Y esto causa miedo porque sientes que de repente tu vida está en peligro mientras sufres de un ataque de miocardio.
Pero otra cosa es cuando sentimos una emoción tan intensa que es capaz de hacer sentir esa punzada de dolor que, según cómo sea la sensibilidad de la persona, varía de intensidad. Aquí el corazón nos avisa de la enorme conmoción emocional que ha padecido y pide auxilio porque siente la presión provocada por esa tremenda angustia, tristeza o ansiedad.
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¿Pero, duele realmente?
Pues sí, duele porque el corazón se contrae durante esa crisis emocional y siente la tensión muscular de los músculos que hay alrededor. Y, en realidad es un acto reflejo a modo de protección, porque se cierra para no sentir el impacto y no verse lastimado.
De hecho, esta científicamente comprobado que, cuando algo nos lastima con la suficiente carga emocional que esto conlleva, nuestro corazón realiza este acto involuntario a modo de defensa y comienza a bombear a un ritmo aleatorio con exceso de adrenalina, produciendo la sensación de un desgarro interno o explosión hacia dentro.
Cuando el corazón recibe demasiado golpes, se encoge, se cierra, se marchita y enferma. Y sí, si en ese momento se hiciera una radiografía del corazón, su aspecto se acercaría más al de una ciruela pasa.
Y cuando se mantiene estresado y sin tregua durante mucho tiempo, ocasionado también por el ritmo acelerado de vida que llevamos y sin cuidar tampoco demasiado de nuestra salud, llevamos al corazón a la extenuación entre tanto sobresalto.
También es cierto que cuando dejamos de ser nosotros mismos, no seguimos nuestros sueños ni atendemos aquello que realmente nos gusta, esto va creando una tensión que se va acumulando en el centro del pecho y sentimos una opresión como si un puño nos lo atravesara.
El corazón es sabio y siempre sabe lo que necesita
Recientes investigaciones han descubierto que tanto el corazón como el estómago, están formados por células inteligentes. Esto quiere decir que toman decisiones por sí mismos sin preguntarle al cerebro. Algunos especialistas se dedican a comprobar con sus estudios que, en realidad, es el corazón el auténtico capitán del cuerpo y no el cerebro, dirigiéndolo incluso a él.
En base a estos estudios se sabe que el corazón recibe la información física y emocional del cuerpo, y cuando percibe algún dolor de tipo emocional, manda la señal al cuerpo para que éste enfrente el desequilibrio.
Sin embargo, la mente tiene la mala costumbre de interferir en este proceso natural y frena la voluntad del verdadero centro. Y así, aprendemos a ser más racionales que seres sintientes, mientras nos vamos alejando de nuestra genuina esencia.
Cómo aprender a escucharlo, sin tener que cerrarlo
Cuando acabamos por hacer del corazón una armadura cerrada a cal y canto, hemos de saber que la conexión con él disminuye y por tanto, perdemos el rumbo y empezamos a naufragar como capitán sin barco. Entonces se hace prioritario abrirlo para volver a sentir que estamos vivos.
- A través de la relajación: Aprender técnicas que nos ayuden a relajar cuerpo y mente es una gran herramienta para nuestra salud en general y para que el corazón «esté sintonizado» en la frecuencia del amor, que es la única que él entiende. Cuando conseguimos estar relajados, estamos presentes en el cuerpo, el corazón se abre y la conciencia se expande.
- Respirando conscientemente: Respirar es un acto normalmente que es involuntario, pero cuando ponemos atención a nuestra respiración al mismo tiempo somos conscientes de nuestros latidos, consiguiendo que la conexión sea directa. Poco a poco vamos encontrando el ritmo adecuado entre ambos, mientras se establece una comunicación. A cada inhalación, el corazón se va abriendo como una flor y, a medida que éstas son más profundas y calmadas, la respiración consigue envolverlo en una nube de oxígeno en la que se siente en paz y confiado.
- Expresando la emoción que provoca el dolor: Es muy importante intentar no reprimir nunca nuestras emociones, incluso cuando éstas nos provocan un profundo dolor, porque de lo contrario, el dolor se queda dentro aprisionado y cuál bomba silenciosa va produciendo sus devastadoras consecuencias. Detecta la emoción, acéptala, expresála y canalízala para que abandone tu cuerpo. Recuerda que cuánto más intenso es el dolor, más profundo es su grito porque algo necesita decirnos.
- Permitiendo que la energía del amor nos embargue: El amor es el sentimiento que mejor entiende. Si nos damos permiso para experimentarlo en toda su amplitud, sentiremos en el acto que el corazón se siente en paz y armonía. De hecho, esto es un ejercicio realmente poderoso. No tiene por qué ser el amor que sientes hacia alguien o algo, simplemente sentir el amor emanando desde y hacia el corazón. Para conseguirlo, sirve de gran ayuda visualizar el color rosa y rodear el corazón con él, mientras le damos como una especie de «masaje energético».
- Simplemente cuídándolo y atendiendo su mensaje: La próxima vez que sientas un agudo dolor en el pecho, escucha atentamente lo que te quiere decir para que deje de sufrir. Realiza inhalaciones profundas en los momentos de crisis y lleva oxígeno hasta el corazón para poder relajar toda la caja toráxica. En lugar de quejarte, asustarte o culparte, atiende su mensaje, recuerda la joya que realmente es y ábrelo sin miedo.