Sentir angustia, ansiedad y estados depresivos es algo bastante extendido hoy en día en nuestra sociedad. Casi que nos hemos acostumbrado a convivir con ellos y, a veces, hasta llegamos a pasarlos por alto, sin atender realmente los pedidos de auxilio de nuestra alma, porque estos síntomas son la causa principal para saber que ella nos está pidiendo a gritos que la escuchemos y la liberemos del sufrimiento.
La tristeza y la rabia reprimidas son las emociones más comunes que acompañan a los estados depresivos, y que está asociada sobre todo a una percepción de daño y pérdida sufrida en el pasado. Por supuesto, existe un amplio margen de patologías asociadas a la depresión, que van desde cambios repentinos y transitorios del estado de ánimo que afectan en la actividad y bienestar de la persona, a cuadros graves dónde llega a convertirse en una patología maníaco depresiva. Y evidentemente, no todas poseen el mismo tratamiento, pero sí han de ser sinónimo de alarma para que se le encuentre solución y no vaya a más.
“El corazón humano pide ayuda a gritos, el alma humana nos implora ser liberada, pero no escuchamos su llanto, porque ya no somos capaces ni de oír ni de comprender”.
Khalil Gibran
La depresión como acto defensivo involuntario
En general, cuando las personas llegan al extremo de sufrir una depresión no quieren ni ayudarse a sí mismas, ni tampoco pedir ayuda. Los estados depresivos arrastran consigo una profunda tristeza interior, generada por la acumulación de emociones negativas que han sido reprimidas, provocando un conflicto importante entre la mente y el cuerpo. En este sentido, la depresión es un acto defensivo cuando no podemos más, cuando se ha llegado a un límite desproporcionado, y para no sentir todo el dolor y sufrimiento que implica.
Se sabe que alguien está atravesando un cuadro depresivo cuando ha perdido el placer y el interés por vivir y de realizar las actividades cotidianas, cuando siente que le falta la energía (el agotamiento crónico puede ser un síntoma implacable de un típico estado depresivo) y cuando se desespera y angustia ante cualquier mínimo obstáculo que se presente, cuando la capacidad de concentración disminuye considerablemente y cuando la mente sólo es capaz de asociar pensamientos negativos de forma persistente y repetitiva, provocando un desánimo generalizado que va aumentando paulatinamente cada día.
Según diversos estudios psicológicos se ha diagnosticado que la persona depresiva suele tener conflictos pendientes de resolución con el progenitor del género contrario. Es por esto que si está en pareja, a menudo se desahogue con ésta con ataques que no hizo en su momento hacia su padre o madre. Las heridas que padeció en la niñez y que fueron reprimidas, más tarde se expresan a través de emociones de ira, rencor o rabia y que explotan en momentos clave como si de un volcán se tratara. Estas heridas pueden ser de abandono, humillación, rechazo o injusticia.
Causas emocionales, tipos y soluciones a los estados depresivos
- Cuando sucede un desequilibrio mental y emocional tan grave que acaba en una depresión o psicosis maníaco depresiva, el dolor experimentado por las heridas vividas en su infancia fue en la más absoluta soledad, no supo o no pudo compartirlo con nadie y la persona se sintió aislada, sin nadie a quién acudir, y reprimiendo en su interior mucho sufrimiento. Aprendió de esta manera a no confiar en los demás, bloqueando sus emociones y deseos y replegándose en sí misma, mientras el sentimiento de rabia crecía. Es por esto que normalmente la persona depresiva no pide ayuda, prefiere que sean los demás los que cambien. Se muestra huidiza, duerme mal y tiende a hablar poco. Vive en el pasado y alimenta su dolor de forma crónica. En estos casos extremos, será necesaria siempre la ayuda de expertos.
- La herida más común de las persona que padecen estados depresivos leves, es el rechazo o el miedo a ser rechazada. Es importante que entienda que su estado actual fue producido por un gran dolor que sufrió su alma en el pasado y que, aunque haya sentido el rechazo o el abandono en su niñez, eso no significa que su padre o su madre no la amaran. Seguramente ellos también sufrieron la misma herida, la cuál siguen perpetuando de generación en generación. Cuando la persona depresiva es capaz de entender esto, alivia en parte su dolor porque empieza a sentir compasión por su progenitor y a perdonar el daño sufrido. Perdonándolo primero y dejar de culparlo después, es el primer paso para liberarse de la depresión. Sólo entonces será posible iniciar el largo camino de recuperación y de perdón hacia uno mismo.
- El sentido de desvalorización también puede ser bastante acusado en una persona que sufre estados depresivos. Es importante por tanto recuperar y reconocer el propio valor. Aquí es evidente que la ayuda prestada por los demás es necesaria y determinante para volver a reconocer esa identidad perdida, viéndose reflejada en las afirmaciones positivas que recibe de su entorno más cercano, y aprender luego, una vez integrada esta información, a hacerlo más adelante por sí misma.
- Por otro lado, las personas que padecen estados depresivos frecuentemente son permeables a su entorno. Sienten todo lo que sucede alrededor suyo y esto incrementa su sensibilidad. Es normal por tanto, que se alimente una sensación de invasión o de limitación del propio espacio vital. Se hace una elección inconsciente de abandonar porque siente que la carga es demasiado pesada, perdiendo el sentido y el gusto de vivir y sin aceptar quién y cómo sé es. Este desequilibrio interior es importante detectarlo a tiempo porque se va produciendo de forma sigilosa y apenas perceptible hasta que se hace evidente el cuadro depresivo. Aquí el motivo principal es la pérdida inconsciente de territorio, de identidad y la sensación acuciante de inutilidad de la propia existencia y sentido de su vida.