Las personas podemos atravesar a lo largo de la vida por diferentes crisis: económicas, personales, existenciales, etc. Cuando estamos inmersos en una de ellas no solemos darnos cuenta de nuestros actos, sobre todo si éstos hacen daño a los demás. Porque tenemos la mala costumbre de a quiénes más queremos, descargar sobre ellos todo nuestro mal humor, rabia, malestar, inseguridad o tensión acumulada.
Que tire la primera piedra el que no haya llegado a casa tras un mal día y haya pagado todos los platos rotos con sus seres queridos. Contestar mal, echar la bronca o iniciar una discusión por cualquier tontería que surja, porque llegamos predispuestos a descargar todo nuestro conflicto interno al precio que sea, sin medir ni las consecuencias de ello ni a los posibles damnificados, cuya responsabilidad es nula.
Solemos ser más amables con los desconocidos que con aquellos con los que convivimos y relacionamos diariamente. ¿Por qué?
Tabla de contenidos
Tus seres queridos no son un saco de boxeo emocional
Cuando tenemos causas para estar cabreados con el mundo, necesitamos aprender a descargar toda ese malestar, rabia y tensión de alguna forma antes de que salte como un resorte violento a la menor oportunidad contra alguien. Porque de lo contrario, la peor parte siempre se la llevarán quiénes tenemos más cerca, a los que más queremos.
Lo triste es que cuando convertimos este acto en algo rutinario utilizando a nuestros seres queridos como sacos de boxeo emocionales, sin darnos cuenta del daño que estamos ocasionándoles y dando por hecho que ellos siempre van a estar ahí, sosteniendo y esquivando esos golpes, cuál colchón amortiguador.
Porque claro, das por hecho que ellos han asumido que tienes un carácter de mil demonios pero te van a querer igual porque resulta que son tus padres, tu pareja, tus hijos o tus amigos. Y puede que incluso sepas lo mal que lo estás haciendo y prometas que no volverás a descargar tu malestar con ellos, pero siempre vuelves a ponerles la soga al cuello, cuando de nuevo se te tuerce el día.
¿Por qué descargamos nuestro malestar con ellos?
Quién más quién menos habrá escuchado esa expresión de que “la confianza da asco” y es que parece que sólo desarrollamos habilidades sociales de cara al escaparate. Solemos ser más amables con los desconocidos que con aquellos con los que convivimos y relacionamos diariamente. ¿Por qué? Porque como seres civilizados que somos hemos de comportarnos socialmente como tales, pero en la intimidad de nuestro espacio personal ya podemos “sacar a la bestia” sin temor a ser juzgados por el vulgo.
Es por esto que muchas personas al llegar a casa necesitan liberar todo lo que han tenido que “aguantarse” durante el día y explotan porque ya están en terreno amigo, confiable. De esta manera nos “enganchamos” con quién tenemos cerca y empezamos por contestarle mal o directamente empezamos una discusión. Y los habrá que no sólo se extralimitan en lo verbal y lleguen a la agresión física. Pero esto desgraciadamente, ya es harina de otro costal.
Aprender a darte cuenta de que normalmente llegas con mal humor a casa y empiezas a ser desagradable casi por sistema con los demás, es el primer paso para intentar averiguar porque te sientes de tal manera que necesites descargar casi a diario tu malestar con ellos. Porque es muy cómodo creer que si están junto a ti es porque te quieren y te van aceptar y aguantar todas las salidas de tono. Pero, todo tiene un límite.
Responsabilízate de tu malestar antes de que salpique a inocentes
Todas nuestras relaciones han de ser cuidadas y mimadas porque como todo en la vida, sino se le brinda la atención que requiere, se acaba muriendo. Y la comunicación es la primera que se deteriora. ¿Por qué a veces tenemos más delicadeza en lo que le decimos a un compañero de trabajo que a nuestra propia pareja? Si es éste tu caso, háztelo mirar.
Asumir nuestra responsabilidad y ser conscientes de nuestros actos y en cómo nos comportamos con los demás es de vital importancia para construir relaciones de mayor respeto y más amorosas con nuestros seres queridos. Es normal que discutamos con ellos, pero no lo es si se convierte en algo habitual o rutinario.
Realizar alguna actividad física como el deporte o yendo a un descampado a pegar unos cuántos gritos, nos ayudará a sobrellevar mejor las crisis personales cuando hacen acto de presencia en nuestra vida. Nuestros seres queridos están para apoyarnos y no para descargar sobre ellos nuestro malestar o rabia. Busca una salida a tus demonios internos antes de que exploten y salpiquen a quienes menos se lo merecen, y antes de que sea demasiado tarde y tengas que arrepentirte por lo mal que lo has hecho.