Augusta Ada Byron, más conocida como la condesa Ada Lovelace, era la única hija legítima del insigne poeta Lord Byron, al que jamás conoció, pero que mantuvo siempre presente en su pensamiento y actos.
Nació en Inglaterra en 1815 y durante su corta vida, (ya que murió curiosamente a la misma edad que su famoso padre, a los 36 años debido a un cáncer uterino), demostró con creces una personalidad arrolladora y una inteligencia superior al resto, así como un talento natural para las matemáticas.
Es casi imposible de creer que una mujer en plena época victoriana desarrollase ideas tan adelantadas a su tiempo, pero resulta que por lo que es célebre y reconocida actualmente Ada Lovelace, es por ser la primera programadora informática de la historia.
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Primeros años
Su madre, debido a que poseía inclinación hacia las matemáticas y por el pensamiento analítico, estimuló la educación de Ada en este sentido y la niña desarrolló un amor incondicional hacia los números. Aunque muchos cronistas dicen que su madre lo hizo por intentar “aniquilar” los posibles genes paternos heredados, así como su talento literario para la poesía y de esta manera eliminar del todo la figura de Lord Byron, a quién detestaba, de la vida de su hija.
Sin embargo, Ada Lovelace pronto demostró que poseía igualmente destreza tanto para las letras como para las ciencias. Y los intentos constantes por parte de su madre, por alimentar más su parte racional, fueron fallidos porque la naturaleza sensible de Ada se revelaba a cada momento, así como su innato temperamento emotivo. Pero igualmente esta disciplinada educación, fue determinante para que desarrollase un talento inigualable para idear creaciones que iban más allá de la lógica, pero con rigurosa base científica.
Debido a que su salud siempre fue delicada y solía enfermar con frecuencia, se refugiaba en los libros, en sus estudios y en las enseñanzas que recibía en casa por parte de tutores, que la mayoría eran científicos y académicos importantes, destacando entre todos ellos, Mary Somerville (astrónoma, matemática y científica escocesa), quién se convertiría en su principal mentora y quién la animó para que continuase ampliando sus estudios de matemáticas y ciencias.
Ada Lovelace, la «encantadora de números»
Fue así como Ada Lovelace se introdujo en el mundo académico de la época victoriana, codeándose con muchos inventores, intelectuales y científicos y haciendo grandes amistades entre ellos, como ocurrió con Charles Babbage, quién diseñó una máquina analítica (que jamás se construyó) que servía para realizar sistemas de computación, y que es considerado como el primer invento antecedente del ordenador, y por esto se le considera el «padre de la computación».
Cuando Babbage conoció a Ada con 17 años quedó muy impresionado por la capacidad analítica e inteligencia de la joven y enseguida la apodó cariñosamente como «la encantadora de números». Pronto empezaron a intercambiar ideas y a trabajar juntos, siendo ella quién introdujo las ideas principales sobre programación de la máquina analítica.
También desarrollaría más adelante un importante y meticuloso trabajo de análisis para entender su verdadero funcionamiento, introduciendo ideas novedosas como la de “programar” mediante tarjetas perforadas para permitir que la máquina pudiese calcular cualquier función algebraica y almacenar números.
«Nadie sabe el potencial que encierra este poderoso sistema, algún día podrá llegar a ejecutar música, componer sinfonías y complejos diseños gráficos».
Con estas palabras llegó a profetizar Ada Lovelace en 1843, cuando publicó una serie de notas, firmadas sólo con sus iniciales por miedo a que la censuraran por su condición de mujer, y dónde explicaba todo el desarrollo y funcionamiento analógico de la máquina de Babbage, así como el enorme potencial que ésta poseía.
Pero por desgracia (como ocurriera en tantas ocasiones con las mujeres en el pasado) su trabajo no fue reconocido en su momento ni tampoco valoradas sus ideas adelantadas sobre programación y se le atribuyó simplemente un papel de intérprete sobre el trabajo realizado supuestamente por Babbage.
Hasta que en 1953, un siglo más tarde de su muerte, se reconocería por fin su verdadera contribución y legado al inminente mundo de la informática y la tecnología, así como la originalidad de su futurista punto de vista.
Es por esto que actualmente se reconoce a Ada Lovelace como la primera persona en descifrar un lenguaje de programación de computación o informático, y en 1979 el Departamento de Defensa de los Estados Unidos reconoció sus valiosos aportes y en su honor creó un lenguaje de programación que llevaría su nombre, Ada.
Vida íntima y amores
Lo curioso también de esta increíble mujer es que no era un ratón de biblioteca, ni mucho menos, sino que no sólo inspiró a científicos y matemáticos con sus ideas revolucionarias, sino también a intelectuales y artistas. Y es que Ada Lovelace, (por muy poco que le gustase reconocerlo a su madre) había adquirido también el natural talante conquistador y seductor de Lord Byron.
Poseía una belleza tal que, a la par con su inteligencia y personalidad un tanto extravagantes, hacían de ella una mujer irresistible para los demás, siendo cortejada por un sinfín de pretendientes, en una época dónde la mujer tan sólo podía aspirar en la vida a casarse y procrear.
Y ella así lo hizo, con un conde nada menos. Antes de cumplir los veinte años se casó con William King, conde de Lovelace, que era diez años mayor que ella y con el que tuvo tres hijos. Pero se dice que tuvo también varios amantes a lo largo de su matrimonio, uno de los cuáles, un tal John Crosse, fue el verdadero amor de su vida y que a su muerte, le dejó en herencia todo el legado que le había dejado a ella Lord Byron.
Los últimos años de Lady Byron, como también se la conocía en su círculo social más íntimo, estuvo asociado a cierto libertinaje, de cara sobre todo a una sociedad decimonónica, que veía con malos ojos cualquier tipo de «desobediencia moral y cívica» ( y quizás queriendo emular inconscientemente una vez más a su querido y desconocido progenitor) dónde acumuló grandes deudas debido a su afición por el juego, las fiestas y a sus conquistas sentimentales.
Al final de su vida, presa ya del cáncer que acabaría con ella, quiso arrepentirse religiosamente (e inducida una vez más por su madre) de todos sus «pecados» para poder marchar en paz, y pidiendo como última voluntad ser enterrada junto a la tumba de su padre en Nottingham, algo que le fue concedido cuando murió en noviembre de 1852.