Desde que el mundo es mundo, las cosas prohibidas han ejercido una especial fascinación. Tanto que, sino fuera por la atracción, por el fruto prohibido, nos hubiéramos quedado en el Paraíso. Los que no podemos tener, lo que se nos escapa, es algo que siempre nos genera apetito y expectativas. Dicen que el deseo es precisamente eso que nunca se logra poseer del todo.
Esa es la gran contradicción que se da con el amor. Todos queremos un rincón seguro, una pareja estable, alguien que esté con nosotros en las buenas y en las malas. Pero alguien así se levanta con lagañas en los ojos y a veces lo vemos tanto como a nosotros mismos. A veces también nos cansamos de cómo esa persona nos mira.
Lo prohibido aligera la tediosa rutina diaria
Decía Ortega y Gasset que el amor era un exceso de atención y, al parecer, solamente logra llamar nuestra atención de una manera radical, quien no nos hace caso o quien nos parece imposible o difícil o inalcanzable.
Por otra parte dos amantes que se encuentran furtivamente en casa de uno de ellos o en un lugar aislado, o en un hotelito secreto no tienen que convivir con esa rutina y esas cosas que aunque van construyendo la confianza entre dos amantes, a veces también matan el erotismo.
No es lo mismo levantarte todos los días con tu pareja, preparar a los niños, o levantarte sola (y preparar a los niños) que tener una emoción tan divertida como es el placer de saber que te vas a encontrar con tu amorcito, apenas los niños se hayan ido y tu marido se haya ido a la oficina (o solamente apenas los niños se hayan ido) .
Si eres casada y no tienes niños da lo mismo, hay algo en levantarse todos los días con la misma persona que tiende a matar el deseo. Estaría muy mal que lo negáramos a estas alturas. Sin embargo, tampoco estamos diciendo que sea imposible mantener la pasión encendida en un matrimonio o pareja estable, pero en este caso estamos viendo que el placer de lo prohibido es una tentación fácil en la que todos podemos caer.
¿Por qué lo prohibido nos llama tanto la atención?
Los prohibido es transgresor. Superamos nuestros límites y los de los demás. Los psicólogos y los padres, lo saben también. Con los niños nada funciona mejor que la psicología inversa. Diles que no les quieres enseñar algo para que quieran verlo. Diles que no se coman algo para que se lo quieran devorar. Es un truco fácil que muchos padres olvidan.
Al parecer, Dios lo olvidó también cuando prohibió la famosa manzana. Pero lo peor de todo es que este truco no sirve solamente para engañar a los niños. Cuando somos adultos seguimos igualmente queriendo romper las prohibiciones y es que, una de las caras del amor es el placer de transgredir las normas, de tener un pequeño rincón de nuestra vida en donde hacemos lo que nos apetece, así esto no le guste a los demás.
Lo hicieron Romeo y Julieta, lo hizo Caperucita, y lo hace casi todo el que puede en algún momento de su vida. Claro que hay una línea muy delgada y casi transparente entre lo prohibido y lo ilegal, el tabú o el ser capaces de hacerle daño a los demás.
No es lo mismo sentir el deseo y tener la fantasía loca de tener una aventura con tu hija adoptada vietnamita menor de edad, a llevar a cabo esa fantasía, destrozar a tu familia y terminar casándote con ella, como hizo Woody Allen.
Todos sentimos una gran tentación ante lo prohibido y puede que sea una de las caras más tentadoras del placer, por eso hay gente que se disfraza en su alcoba o interpreta personajes o compra muñecas inflables.
Pero estarse acostando con el marido de otra persona, estar engañando a la propia familia o a alguna amiga, jugar a la búsqueda de lo prohibido sin darse cuenta que todo tiene un precio a pagar, seria una actitud que podríamos catalogar de inmadura y un poco autodestructiva. Sin contar con lo tóxica que sería para los demás.