En los tiempos actuales, que corren veloces como el rayo, la figura de la Diosa está ganando protagonismo en pos del ciclo de patriarcado que hemos vivido y que, poco a poco, está llegando a su fin.
Si buscamos en el pasado histórico, ha habido épocas en las que la Diosa era la base angular de cualquier tipo de religión, o culto iniciático, y en muchas culturas ancestrales, el matriarcado, se imponía. Las figuras humanas más antiguas (30,000 A.C.) de la Diosa se encuentran en plena naturaleza las cuevas-santuarios de Pech-Merle y son dos figuras femeninas que representan a Diosas con cabezas de pájaro y Diosas sin cabeza, dibujadas con arcilla mojada, rodeadas por figuras de animales con las que no hay una línea divisoria tajante, se ven entremezcladas.
Esto sugiere fuertemente un culto con cualidades chamánicas: la falta de cabeza o la cabeza de ave simbolizan el viaje en estado de trance hacia otros reinos, mientras que el mundo animal interconectándose con el humano nos recuerda la reconexión espiritual y material entre humanos y animales existente en el chamanismo y en la brujería.
La Naturaleza como vía para volver a conectar con nuestro dios interno
La reconexión espiritual con la diosa que vuelve a estar presente poco a poco, tiene que ver con la Naturaleza en sí misma. La Naturaleza y la Tierra son femeninas, y se representan a través de la Diosa. Otras figuras posteriores de Diosas, las llamadas “Venus”, representan a mujeres embarazadas con vientre y pechos muy abultados y un prominente triángulo púbico, en obvia referencia a la fertilidad y a la abundancia de la Naturaleza. Más adelante en Egipto y luego en Grecia y Roma, las Diosas irían adquiriendo cada vez más, características humanas. De esto tenemos constancia por las mitologías de estas culturas antiguas.
Algunos milenios más tarde comienzan a aparecer las primeras figuras masculinas con motivos chamánicos similares. Por todo lo dicho anteriormente, la Diosa simboliza la Fuente Universal. Doncella, Madre y Anciana Sabia. Contiene todo y es todo: los cinco elementos, aire, fuego, agua, tierra y espíritu, el caldero de la regeneración, el útero sagrado; es la que da a luz y la que recibe después de la muerte, es la Musa y la Creadora, cuerpo, emoción, mente y espíritu unidos en todo lo que existe. La materia-espíritu es sagrada en ella sin concepto de pecado ni de suciedad.
El nacimiento, la juventud, la vejez y la muerte son igualmente sagrados, partes indisolubles de un proceso cíclico de vida-muerte-regeneración que se manifiesta en la Naturaleza a través de diferentes ciclos: las estaciones del año solar, las diferentes caras que nos muestra la luna a través del mes lunar, el día y la noche, los ritmos biológicos de los organismos animales incluyéndonos a nosotros, los humanos.
Sagrado femenino y la triple diosa
Una manera de acercarnos al conocimiento del arquetipo sagrado femenino es la Triple Diosa, que ha sido adorada y venerada en muchas culturas a través de los milenios. Esta triplicidad se corresponde con las tres grandes etapas de la vida en una mujer: Niña-Doncella, Madre y Anciana. Cada una con sus potencialidades, capacidades y funciones arquetípicas. Es decir, cada una con su belleza. En la Naturaleza, como Luna, la Doncella es luna creciente, la Madre es luna llena y la Anciana, luna menguante. Como Sol, la Doncella es el sol del amanecer, la Madre es el sol del mediodía y la Anciana, el sol del atardecer.
Para las mujeres, el redescubrimiento de la Diosa ha significado la posibilidad de reconectarse con su poder personal, su poder de ser, conectando con el yo salvaje y con la posibilidad de expresarse sin las ataduras malsanas que les impuso el patriarcado durante milenios. Para los varones, implica la posibilidad de volver a conectar con la fuente de sí mismos sin dejarse llevar por una rivalidad estúpida contra la que los ha creado, pudiendo relacionarse nuevamente consigo mismos uniendo cuerpo, mente, emoción y espíritu. Volviendo a ser íntegros y respetuosos de las mujeres, de sí mismos, de las niñas y niños y de la Naturaleza entera.